Esa mañana me
levanté bruscamente. Otra vez ese latido acusador que me había acompañado desde
los once años, o quizás desde antes, desde mucho antes.
Después
de sobarme con fuerza el rostro y de apretarme las cuencas con las palmas, me
di el ánimo de bajar al mundo otra vez. Revisando mi libreta me aseguraba que el día fuera igual que el anterior, y al
anterior, y al anterior…
No noté la
diferencia al principio. Seguí en lo mismo de siempre. Fui a darle de comer a
Irina y a Tico y Tico, los dos últimos peces que me quedaban desde que mi
hermano se había ido. Descorrí las cortinas, abrí las persianas y recordé…
Un día escribí. Apoyada sobre mi cama, sólo me concentré y
dejé que alguien me dictara y, aunque no me había gustado entregué al concurso
el resultado del trance. Y gané, por lo menos eso me dijeron. Pero también me
dijeron que habían decidido entregarle el triunfo a una niña más grande, que yo
era muy pequeña, que era preferible fuera así para que todos quedaran
contentos. A mi no me importaba ganar. De hecho, ni siquiera sabía cómo había
llegado hasta ahí, por lo que no me importó. Así como tampoco me importó que
algunos no creyeran que era yo la que había escrito en realidad ese estúpido
poema. Así que seguí como siempre,
escribiendo y rompiendo, escribiendo y rompiendo, escribiendo y rompiendo. Y
pasaron años, y años y más años todavía. Hasta una mañana, en la que me levanté
bruscamente, sintiendo aquel latido acusador, y que después de sobarme con
fuerza el rostro y apretarme las cuencas con las palmas, me di el ánimo de
bajar al mundo otra vez, y que, revisando mi libreta, me aseguraba que el día seguiría siendo igual que al
anterior, y al anterior, y al anterior…
Marenas
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