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domingo, 20 de marzo de 2016

Mi propia pérgola


Isidora Aguirre
(1919-2011)


           Todas las semanas me bajaba en Metro Irarrázaval y caminaba unas cuantas cuadras hasta calle Rengo. Ahí doblaba hasta llegar al segundo piso de un antiguo departamento con escaleras de madera y ventanas arboladas. Yo tenía llave, pero por educación siempre tocaba primero. Era como ingresar a una dimensión paralela pues entraba a un pasillo con crujiente piso  y paredes tapizadas de afiches de teatro, recuerdos y libros.
           Su habitación era de placer adictivo. Tenía un doméstico collage de fotografías pegadas en la muralla, donde se distinguían cada uno de los integrantes de su enorme familia, una de su señor ex - marido español, y de otras decenas de conocidos  personajes del mundo intelectual y artístico, todos los que alguna vez conoció, admiró o amó. Una ventana igualmente arbolada, como las anteriores, pero en su cornisa había anidado una pajarita, y en lo alto de la pared casi frente a su cama, se encontraba mi afiche favorito, de colores negro y rojo, donde sólo se leía: “CONVERTIR LO ADVERSO EN VERSO”. Lo había adquirido de ocasión…
          A veces la encontraba en cama, recién despertando de su siesta, pero la mayoría de las veces estaba sentada en loto frente a su computador, respondiendo mails, transcribiendo notas propias o reclamando por la impresora. Ahí me hacía sentir como su superhéroe, cuando lograba ayudarla en esas insignificancias técnicas, y me sentía derretir de orgullo cuando me pedía que la ayudara, cuando me mandaba sus escritos o me pedía ideas para difundir su trabajo. ¿Qué podía difundir yo de ella? Si todos los días la llamaba alguien para conocerla, para entrevistarla o para distinguirla con algún reconocimiento?

“Es que yo no soy sólo la Pérgola. La gente conoce sólo eso de mi, pero no sabe ni cómo me llamo”.  
Mientras le hacía los masajes, escuchábamos a Amancio Prada o las Partitas de Bach, y conversábamos durante horas convertidas en  minutos, así, por dos años. Fui privilegiada siendo quien la acariciara con tal libertad, sabiendo que la punta de sus dedos habían tocado tanta historia; me sentía como tocando el piano.  Yo siempre salía de ahí de noche a tomar la micro. Era tan entretenida que yo me olvidaba de mis problemas y de todo lo demás. Me contó miles de anécdotas, yo creo que fueron las tantas que le narró a la escritora que posteriormente se hizo cargo de su obra. Pero también, mucho de lo que me contó, fue con la promesa de no repetirlo, así que me quedé con lo mejor que pudo dejarme: libros, abrazos, risas, un chaquetón que me tejió para que no pasara frío y un pequeño encargo: “Algún día escríbeme algo a mí”.



Marenas Vallejo

De por qué...


  

Necesito es
Necesito cri
Necesito, necesito bir.
Necesito huir.
Necesito bir,
Necesito cri,
Necesito es,
Necesito, necesito huir.
Del siniestro ojo,
Necesito bir,
Del castigo plano,
Necesito es,
De mi yo y mis yoes,
Necesito huir.
Necesito, necesito ser.



Marenas




Un día escribí... (2015)

                        


            Esa mañana me levanté bruscamente. Otra vez ese latido acusador que me había acompañado desde los once años, o quizás desde antes, desde mucho antes.
Después de sobarme con fuerza el rostro y de apretarme las cuencas con las palmas, me di el ánimo de bajar al mundo otra vez. Revisando mi libreta me aseguraba  que el día fuera igual que el anterior, y al anterior, y al anterior…

                             No noté la diferencia al principio. Seguí en lo mismo de siempre. Fui a darle de comer a Irina y a Tico y Tico, los dos últimos peces que me quedaban desde que mi hermano se había ido. Descorrí las cortinas, abrí las persianas y recordé…

                          Un día escribí.  Apoyada sobre mi cama, sólo me concentré y dejé que alguien me dictara y, aunque no me había gustado entregué al concurso el resultado del trance. Y gané, por lo menos eso me dijeron. Pero también me dijeron que habían decidido entregarle el triunfo a una niña más grande, que yo era muy pequeña, que era preferible fuera así para que todos quedaran contentos. A mi no me importaba ganar. De hecho, ni siquiera sabía cómo había llegado hasta ahí, por lo que no me importó. Así como tampoco me importó que algunos no creyeran que era yo la que había escrito en realidad ese estúpido poema.  Así que seguí como siempre, escribiendo y rompiendo, escribiendo y rompiendo, escribiendo y rompiendo. Y pasaron años, y años y más años todavía. Hasta una mañana, en la que me levanté bruscamente, sintiendo aquel latido acusador, y que después de sobarme con fuerza el rostro y apretarme las cuencas con las palmas, me di el ánimo de bajar al mundo otra vez, y que, revisando mi libreta, me aseguraba  que el día seguiría siendo igual que al anterior, y al anterior, y al anterior…


Marenas


El Desahogo (2015)


                                                                                                                

          Sus esperanzados pasos matutinos caminaban al paso de Staying Alive, moviendo el alegre potete directo al paradero felíz, donde un ramillete de infelices con el garabato, el llanto y el alarido reprimido esperaban con una resignación ancestral.
Revisó la hora, la agenda del día, las noticias, las llamadas y la hora otra vez.

          Se divisan las micros a lo lejos de venida y de ida. Una, otra y otra más.
Venía la 201, se acercaba la 201, hicieron parar la 201 y no paró la 201. Viene otra, se acerca esa otra, no para esa otra. Jamás se detuvo… Y todos, en una grandiosa coreografía urbana, ascendieron sus dedos medios apuntando hacia el cénit. Instantáneamente, se rompe el silencio con encantadora exclamación:

-          ¡PARA, PARAAA, CON-CHA- DE-TU-MA-DRE!!!

           Un considerable rato después, tiempo que sirvió para tomar aire, masticar un chicle y desearle mal a todos los automovilistas, una micrito dignamente se detiene. Le dan ganas de arrodillarse y hacer una alabanza al cosmos por tal sensacional milagrete.

        Así, benditamente apachurrados cual atún en lomito, disfrutan todos de un viaje seguro y turístico. En el recorrido se van integrando nuevos ciudadanos llenos de jolgorio, algunos incluso logran  insertar carritos, guaguas y maletas, y de vez en cuando alguien se sube a interpretar bellas canciones o a ofrecer suculentas colaciones. Todos dichosos de vivir tan exquisita y moderna experiencia.
        A medida que las ruedas ruedan y los minutos se alargan,  comienza a concentrarse un aroma con características inigualables. Como le brota la imaginación en medio del Nirvana terrestre , piensa… “¡Qué rico! ¡Olor a  PA PE PI PO PU!”, con lo que termina de bañar la escena de espiritualidad, y reza en silencio, suplicandole a Dios que se acuerde de ellos, que van dentro de una cazuela casi porno… Y por supuesto que el Señor ¡se acuerda! Y comienza un halo de “oxígeno” a fluir por los estrechos espacios,  hasta que por fin, logra descender de la mágica carroza. Es como un segundo  despertar  y es tanto su contento que la angustia se duerme. De nuevo, al ritmo de la esperanza se permite pensar:

“Te amo, Santiago. Amo tus secretos, tus calles viejas y siempre heridas, tus murallas de adobe, muriendo lentamente, en silencio y con modestia. Amo tu  Mapocho, así  tal cual, lleno de caca,  y no es por ti, soy yo. No soy lo suficientemente bueno para ti, mi coraza no es tan dura como para verte morir, así que… me regreso a Linares . Me voy a la concha de mi madre”.


Marcela Arenas Vallejo