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jueves, 6 de julio de 2017

Crónicas de la escuela 1 (todas subjetivas).





 Primero Medio, 1984 
Preguntábame yo... ¿No podía quedarme en Básica?

                  Todavía recuerdo el día que por fin puse el primer pie fuera del        establecimiento escolar mientras pensaba... "Juro que voy a recordar este momento para siempre, y que nunca jamás lo voy a extrañar". Estaban demasiado crudos una montonera de recuerdos grises que se relacionaban más bien con una frustración parida causada por la timidez y la inseguridad. Bueno, era tan bruta que no alcancé pronosticar que esas características me acompañarían por años y años y años... Pero mi mente es veleidosa y selectiva. Hay personas y espacios que fueron perpetuados en un hoyo negro al cual no puedo acceder;  imágenes espasmódicas y desordenadas me producen una confusión tremenda junto con otras tan claras, de las cuales recuerdo hasta el color de la luz, el aroma y hasta las sensaciones.

                  
                          En Primero Medio recuerdo vagamente a la profesora de Ciencias Naturales, de la cual no recuerdo su nombre aunque sí su apodo, le llamábamos La Tuto, porque la pobrecita profesaba la religión del bostezo. Planificaba las clases con hartas guías de trabajo grupal y disertaciones, porque así le quedaba la libertad de citarse con Morfeo una y otra vez... es que, eran como amantes.

Tampoco recuerdo el nombre del profesor de Inglés, sólo que lo llamábamos "Sir" y que tenía un aspecto cuidadamente británico. Pelo, corto, bien corto pero no de milico, sino romano, con una chasquilla bien recta y cortita, casi cercana a la mollera. Muy flemático era él, muy serio y correcto. Una armadura y hubiese quedado listo para matar al dragón.

De la profesora Eliana POR SUPUESTO que me acuerdo, fue una de mis favoritas. ¡Eliana Balbontín! De estatura baja, contextura gruesa, pelo castaño muy corto, piel morena y gafas gruesas. Siempre seria la señorita, era muy raro verla reír. Una vez, estando yo en Cuarto Medio me dedicó una sonrisa y quedé en estado de shock. Se notaba que quería dejar una impresión de fría e impenetrable. A veces podía ser hasta cruel:

"Señorita Arenas, ¿de qué se está riendo? ¿No sabe usted que la risa abunda en la boca de los tontos?" Yo... ¿qué iba a saber de esas cosas? Nunca fui desordenada, pero me agarraba muy fácil la risa nerviosa, así que, a pesar de las palabras amenazantes, no podía parar, y en más de una ocasión me sacaron de la sala. A pesar de llevar el cartel de TONTA por no saber controlar los nervios, yo la quería mucho, la quise y la admiré. Era difícil y cagona con las notas pero yo la quería.

En esa época había un ramo que se llamaba Técnicas Manuales. De la profesora sólo recuerdo que parecía monja sin toca, y sobre  la asignatura, básicamente debía ser muy entretenido para quienes nos gusta el arte, pero los contenidos que nos tocó a esas niñitas de 14 eran ESPANTIFOMES. Primero nos hicieron Puericultura, donde tuvimos que bañar sin agua y mudar sin caca a un muñeco gigante.Fue una mierda de clase, pero la pasamos todo el rato peluseando (¿o se dice pelusiando?). Luego nos hicieron bordar un mantel, y ya en esos años las jovencitas no traíamos el fluído talento de nuestras madres y abuelas. Fueron los bordados más feos que jamás volví a presenciar. Yo me dí a la labor de "alabar la obra de nuestro señor jesucristo" con un ramillete de manzanillones sobre una tela de color azul ultramar, que, bajo la supervisión de mi Nona, me esforcé en que quedara lo más aceptable posible, pero la orilla, que comenzara en punto cruz, terminó siendo una oda a la fantasía abstracta. Un desastre para el linaje de nuestras abuelas.

De quien guardo mayor recuerdo es del profesor de Religión... ¿Ulloa sería el apellido? Él como que me amaba, me creía santa o algo más o menos alado, porque era súper prendido con el espíritu, y en una ocasión tuvimos que crear una oración, y no sé qué ánima del purgatorio me habrá soplado en aquella ocasión, porque me quedó mirando como si fuera Santa Gemita, y tuve que leerla delante de mis compañeras, mientras sentía que mi cara se tornaba color frambuesa pasada y -lógicamente, nadie las culparía- se reían de esta inexperta servidora.  A raíz de lo mismo, el profe se enteró de que yo no había hecho la Primera Comunión, y yo ¡ya tenía 14 poh!!, así que me instó y casi suplicó me inscribiera en su grupo de catesismo, que ya llevaba más de la mitad del año reuniéndose. Para resumir, fui a las tres últimas sesiones, y terminé cumpliendo con el divino sacramento en la Iglesia de Catedral, al llegar a Cumming, actual templo de San Pío. Yo, vestida de colegio con un velo blanco y entero tieso, y sin saber ninguna oración aparte del Padre Nuestro (que me había enseñado mi Tata cuando yo era muy cachorra, no el profesor Ulloa). Yo movía los labios para pasar desapercibida, pero seguía cada movimiento de mis compañeros. Cabe señalar que en aquella ocasión de mi primera y última confesión, tuve que inventarme algunos pecados, para no ser menos, por supuesto, quizás reconocí uno que otro de los que quedaran colgando de mi existencia anterior, pero parece que el cura quedó conforme, y me dirigí al banquillo a conversarle a Dios con una cara muy circunspecta, mirando al espacio celestial y pidiéndole un muy sincero perdón a la Señora María. El recuerdo más simbólico de aquel día, fue que mientras escuchaba el sermón del cura Pastor (ése era su nombre artístico), me dediqué a mirar los vitrales de la cúpula, mientras un rayo de sol los cruzaba por el galpón.




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