Sus esperanzados pasos matutinos
caminaban al paso de Staying Alive, moviendo el alegre potete directo al
paradero felíz, donde un ramillete de infelices con el garabato, el llanto y el
alarido reprimido esperaban con una resignación ancestral.
Revisó la hora, la agenda del día, las
noticias, las llamadas y la hora otra vez.
Se divisan las micros a lo lejos de venida y de ida. Una, otra y otra
más.
Venía la 201, se acercaba la 201, hicieron
parar la 201 y no paró la 201. Viene otra, se acerca esa otra, no para esa otra.
Jamás se detuvo… Y todos, en una grandiosa coreografía urbana, ascendieron sus
dedos medios apuntando hacia el cénit. Instantáneamente, se rompe el silencio
con encantadora exclamación:
-
¡PARA, PARAAA, CON-CHA-
DE-TU-MA-DRE!!!
Un considerable rato después, tiempo que sirvió para tomar aire,
masticar un chicle y desearle mal a todos los automovilistas, una micrito
dignamente se detiene. Le dan ganas de arrodillarse y hacer una alabanza al
cosmos por tal sensacional milagrete.
Así, benditamente apachurrados cual atún en lomito, disfrutan todos de
un viaje seguro y turístico. En el recorrido se van integrando nuevos
ciudadanos llenos de jolgorio, algunos incluso logran insertar carritos, guaguas y maletas, y de vez
en cuando alguien se sube a interpretar bellas canciones o a ofrecer suculentas
colaciones. Todos dichosos de vivir tan exquisita y moderna experiencia.
A medida que las ruedas ruedan y los minutos se alargan, comienza a concentrarse un aroma con
características inigualables. Como le brota la imaginación en medio del Nirvana
terrestre , piensa… “¡Qué rico! ¡Olor a
PA PE PI PO PU!”, con lo que termina de bañar la escena de
espiritualidad, y reza en silencio, suplicandole a Dios que se acuerde de
ellos, que van dentro de una cazuela casi porno… Y por supuesto que el Señor
¡se acuerda! Y comienza un halo de “oxígeno” a fluir por los estrechos
espacios, hasta que por fin, logra
descender de la mágica carroza. Es como un segundo despertar y es tanto su contento que la angustia se
duerme. De nuevo, al ritmo de la esperanza se permite pensar:
“Te amo, Santiago. Amo tus secretos, tus
calles viejas y siempre heridas, tus murallas de adobe, muriendo lentamente, en
silencio y con modestia. Amo tu Mapocho,
así tal cual, lleno de caca, y no es por ti, soy yo. No soy lo suficientemente
bueno para ti, mi coraza no es tan dura como para verte morir, así que… me regreso
a Linares . Me voy a la concha de mi madre”.
Marcela Arenas Vallejo
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