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lunes, 21 de agosto de 2017

Crónicas de la escuela 4: Mensajes sobre la mesa...



         Sí, me declaro culpable y súper culpable de haber desarrollado una gran carrera de autoboicot. No tengo idea exacta de cómo y cuándo comenzó, pero el primer recuerdo que tengo al respecto es cuando tenía  de 16 a 17 años, y voy a dejar impreso mis recuerdos, por lo menos mi versión, que es la única que golpetea mi memoria.

         Cursaba yo el 4to medio en mi poco ilustre -aunque muy poético- liceo, y pasando tan desapercibida como la tierra de los postigos, me sentaba en el banco número cero (de tan adelante que estaba), compartiendo lugar con mi compi Javi Javi sin apellido, para protegerla de posibles desagrados. En aquellos minutos de mi vida yo vivía envuelta y revuelta de amor por Luis Miguel, desde un perfil muy bajo, por supuesto, mi mayor rebeldía era escribir su nombre en las maderas del escritorio -encantador desahogo adolescente-. Nuestro colegio era mixto, o más bien pseudomixto, porque las mujeres asistíamos en jornada de mañana, y los varones, al atardecer. Eso resultó muy conveniente para los juegos del destino, ya que un día cualquiera un ser sin nombre ni rostro dejó estampada una opinión muy personal sobre mis enamoradas letras.  ¿Quién había sido el insolente que se había PERMITIDO ofuscar mi amor por el rubio voz de cielo? Tenía que ser un hombre, por supuesto. Tenía que ser aquel con el cual compartía yo mi banco... ¡El de la tarde!! Pero, ¿cómo se permitía...?


¡Borrón de recuerdos!, porque no sé qué palabras eran, y en realidad, tampoco es lo más importante, sólo que gatillaron alguna respuesta nefasta desde mi recién rasguñado amor propio. Al otro día, las aguas comenzaron a "serenarse", porque el individuo en cuestión pidió disculpas e intentó volcar la situación mostrando su lado galante con un mensaje ya en lineado papel de colegio, insertado entre medio de alguna apertura bajo la mesa. Las rabias malsanas y los deseos de venganza por fin cedieron ante la posibilidad de nuevas aventuras, ante lo cual me permití perdonar y dejar libre al destino. Luego de la primera nota, vino otra, otra y otra más. No sé cuánto tiempo fue, y quizás el halo romántico con el cual tendemos a envolver el pasado me hace pensar que fue casi eterno siendo sólo unos días, no sé. Lo que sí recuerdo con certeza es la fuerza con la que se vino en mis ánimos, esta suerte de intercambio de misivas (de las últimas del siglo) embebidas de una inocencia casi absurda para unos 16 años casi concluyentes. Hablábamos principalmente de música y vida, porque -contrario a lo que se pueda pensar, yo no era sólo antena de Luis Miguel, ya llevaba desarrollando un bagaje importante en conocimientos musicales, clásicos, populares y folclóricos, pero aquel muchacho significó grandes aportes en el tema, lo que, por supuesto, significó la iluminación platónica de mi corazón, aunque mi corazón aún no terminaba de desarrollarse en plenitud. Me habló de canciones que aún yo no conocía, me habló de varios grupos "prohibidos" y de Silvio Rodríguez con su "En el claro de la Luna". 
Fue muy significativo, y quizás el paso del tiempo distorsiona un poco las imágenes y los recuerdos, pero quedé para siempre con esa sensación de complicidad, confianza, de amistad truncada, de sueño roto. Soy bastante bruta en realidad...

          Un día, se me ocurrió cumplir 17, y quedamos en reunirnos al día siguiente para salir. ¡Iríamos al CINE! Para celebrarme, me invitó a ver la película del momento: An American Tail (Un cuento americano). Todo el plan iba muy bien, mientras yo podía controlar la situación, por lo menos esa es la conclusión que saco después de tantos años, sin embargo yo no estaba preparada para escuchar un día antes una observación de una maestra, que quizás, queriendo ayudar, se le ocurre exponerme delante de mis compañeras:¿Eres tú la que se escribe con Fabián? -le vamos a poner Fabián- (no sé qué cara habré puesto, pero tengo aún esa sensación de ahogo cuando recuerdo las miradas cargadas sobre esta servidora que quería desaparecer en ese mismo nanosegundo. Entonces agrega: "Mira, no es muy buen mozo pero es súper buen cabro". YO NO PODÍA CREER QUE EL MUNDO SUPIERA TODO, recuerdo que me sentí mal requetemal, primero, por convertirme de un segundo a otro en el centro del cahuín, y por otro, que se estuviera mal interpretando mi relación de amistad con otra cosa. Fue bastante fatal ese día, yo no estaba preparada, y era bien estúpida y bien inmadura.


            Al otro día de mi cumpleaños igual nos juntamos. Conversamos frente a la Catedral y no recuerdo si fui capaz de mirarlo a los ojos. No podía quedarme mucho porque tenía un compromiso familar -y en esa época yo asistía a TODOS los compromisos familiares-. Fue bastante impresionante verlo, y sobre todo bajo las circunstancias ya narradas. Me sentía en el ojo del huracán y no fui capaz de decírselo o de recriminarle que hubiera contado sobre nuestra relación, aunque fuera platónica, era mía, era nuestra. Seguramente se dió cuenta de mis incomodidades, pero ninguno de los dos tocó el tema. Después de eso ya no recuerdo cómo fueron las cosas, y probablemente yo me fui alejando, lo curioso es que fue más por miedo que por cualquier otra cosa, miedo a las posibilidades, miedo a crecer, a hacerme mujer, qué se yo... ¡qué sabía yo!!


             Recuerdo habérmelo topado a lo lejos, en una de las últimas fiestas del colegio, justo mientras yo conversaba una aburrida charla con un chico que se quiso pasar de la raya, pero le pregunté la hora y le dije "espérame un poco, que a las 12:00 me vienen a buscar" saliendo jabonada de una situación incómoda, y, efectivamente, gracias a los cielos estaba ahí mi papá, esperándome. Así era yo, así era mi vida, así fueron mis pocas fiestas escolares, partía corriendo a las 12:00, igual a Cenicienta. Así que partí, dejando botado al cabro penca tirón y dejando atrás al único amigo que había tenido en aquellas tristes épocas de liceo, el que sí podría haber sido dueño de mi primer beso.





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